Yo soy siempre triste cuando soy feliz

Yo soy siempre triste cuando soy feliz
Georg Trakl
Las ratas Brilla en el corral blanca la luna otoñal. Fantásticas sombras el alero desata. En vacías ventanas un silencio total. Salen entonces suevemente las ratas y aquí y allá silban saltarinas y un horrible efluvio fecal las husmea desde las letrinas donde la luna riela fantasmal. Y chillan de ansia demencial y casa y granero corretean, repletos de frutos y cereal. Cierzos en lo oscuro lloriquean.

Las noches de los pobres¡Crepusculea y sorda oh martillea la noche en nuestro lar! Susurra un niño:¡por qué temblar así! ¡Pero más hondo nos inclinamos los pobres y callamos y callamos como si no estuviéramos ya aquí!
La iglesia muerta En oscuros bancos están sentados, apretados y levantan las miradas apagadas a la cruz. Los cirios vislumbran como velados y sombría y como velada la Faz mortificada. El incienso sube de dorado vaso hacia la altura, un canto moribundo se disipa, e incierto y dulce como un crepúsculo invadido está en el espacio. El sacerdote avanza hacia el altar; pero ejercita con cansado espíritu los piadosos ritos-un miserable actor, ante malos orantes de rígidos corazones, en el acto sin alma del pan y del vino. ¡La campana suena! los cirios flamean sombríos- y la más pálida, como velada la Faz mortificada! ¡El órgano murmura! ¡En los muertos corazones se estremece el recuerdo! Un sangriento rostro de dolor se envuelve en la oscuridad y la desesperación lo mira fijo desde muchos ojos en el vacío. Y una voz semejante a todas las otras, solloza-mientras el espanto creció en el espacio, el espanto de la muerte creció: apiádate de nosotros- ¡Señor!

Ensombrecimiento La miseria del mundo yerra en la baja tarde. Mosquitos por los pardos jardincillos desiertos. Dos durmientes al hogar van grises, inciertos. Revolotean pavesas el estiércol que arde. Corre un niño por el prado amarillento y juega con sus ojos negros y bruñidos. Gotea el oro de arbustos triste y desvaído. Un hombre viejo gira triste en el viento. Sobre mi cabeza, en el atardecer, mudo. Saturno guía de nuevo un mísero destino. Un árbol, un perro retrocede en el camino y el cielo de Dios tiembla negro y desnudo. Rápido un pececillo por el arroyo enfila; del muerto amigo roza la mano con ternura y amablemente alisa frente y vestidura. Una luz en el cuarto las sombras despabila.

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