10 El que jamás cede su asiento
Puede tener paradas frente a él a una anciana senil, una mujer embarazada cargando a un niño en cada brazo y a algún sujeto ciego con una sola pierna. Aún así, va a preferir fingir que está dormido en su asiento con tal de no tener que levantarse.
Cuando logra tomar posesión de la silla, no la abandona hasta que llega a su estación de destino y tiene que obligatoriamente arrastrar su cuerpo fuera del vagón. Es experto en hacerse el musiú cuando las demás personas arrojan hacia él indirectas como: "Ojalá y hubiesen caballeros en esta ciudad todavía". Su principal estrategia es nunca hacer contacto visual y mantener la mirada perdida en algún detalle de su mismo zapato o algún chicle en el suelo. Su lema: "Caballeros hay, lo que no hay es puesto".
9 El agresivo
Si nunca lo has visto, puedo asegurar que lo has sentido. A él pertenece el codo que se nos estrella en el pecho o en la espalda cuando se abren las puertas del vagón. Es físicamente incapaz de pedir permiso. Su paso avasallante arrastra todo en su camino, cual toro invidente. Por lo general es el mismo sujeto que, a pesar de observar desde el andén que el vagón se encuentra lleno hasta el punto de que ya no cabe ni un palo de escoba, toma la decisión energúmena de abalanzarse contra las personas más externas con el deseo de comprimirlas hacia la parte interna del vagón, como si estuviesen hechas de goma espuma o algodón y no de carne y hueso. Nota: Si uno es capaz de distinguirlo justo antes de abrirse las puertas, la mejor estrategia es caminar justo detrás de él y esperar que vaya abriendo camino, como si fuésemos manejando un tractor con vida propia.
8 Los viejitos
A pesar de que tienen espacios en los metros creados específicamente para ellos y que la gran mayoría de las personas está dispuesta a cederle su asiento, la ciudad subterránea, con su sobrepoblación y ritmo acelerado, tiende a ser cada vez más inhóspita con ellos. Dos subespecies:
8.1 La viejita quejona
Enemiga número uno del personaje 10 del listado, su capacidad de queja jamás está más en evidencia que cuando la tenemos parada a nuestro lado en un vagón. Por lo general, las personas sentadas ceden rápidamente ante su inigualable combinación de suspiros intranquilos, caras de dolor y murmullos mal intencionados. Ya sentada no deja de quejarse, pero por lo menos lo hace estando más cómoda.
8.2 El viejito guerrero
En el otro extremo del esquema de viejitos subterráneos se encuentra el guerrero, parado, como siempre. Su particularidad es que rechaza cualquier asiento que se le ofrecen, ya que siente que tomarlo sería admitir que está viejo, algo que jamás será capaz de hacer. Es de esos sujetos que, a pesar de sus ochenta y pico de años, camina la ciudad más que un político en campaña. La gente suele verlo con asombro y suele decir siempre la misma expresión: "Ese señor está enterito", una referencia a su admirable estado físico y no al hecho de que no le faltan partes.
7 La falta de equilibrio
Sin importar cuantas veces ha tomado el metro, siempre es víctima de la perdida de balance corporal que produce apenas arranca. Se le suele identificar con facilidad porque es la única persona que parece tambalearse como un borracho en el pasillo del vagón hasta que lo detiene un tubo o la espalda de alguien. Por lo general, siempre queda parada demasiado lejos de las agarraderas del metro y, en horas pico, suele agarrarse inútilmente de los brazos de las personas a sus alrededores, aunque no los conozca (esto suele generar una de dos reacciones: o la miran como si fuese un ser de otro planeta o le lanzan una mirada picara que, obviamente, es señal de que se malinterpretó el contacto). Incluso, cuando corre con la suerte de poder agarrarse de un tubo, he presenciado que pierden el equilibrio, girando alrededor de él como si estuviesen haciendo un show de strippers en un bar.
6 El dormilón
Encuentra en el vagón del metro el único momento para descansar del madrugonazo que tiene que echarse todas las mañanas para ir al trabajo. El movimiento que el personaje anterior encontraba incontrolable, a este personaje lo arrulla, como si fuese el movimiento de una cuna movida por su mamá (una cuna enorme llena de gente extraña, pero cuna en fin). El aire acondicionado y el hecho de que tiene unos audífonos pegados a las orejas facilitan aún más que se relaje al máximo y que siga dormido cuando llegue a la estación en la que debía bajarse. Hay algunos que aplican el siguiente ritual: se despiertan cada vez que el vagón se detiene, se asoman a ver si es su estación, se ponen más cómodos y reanudan el sueño (al menos de que sí sea su estación, en cuyo caso deben levantarse abruptamente y correr como un demente antes de que se cierre la puerta, dejando casi siempre algo olvidado en su asiento).
5 El del olorcito
Ejercicio de visualización: Hora pico. Cientos de personas frotándose piel contra piel, caminando al unísono como una masa gigante a través de una transferencia del metro. Cuando por fin entras al vagón, el aire acondicionado está dañado. Respiras profundo, en signo de cansancio y desesperación por la interminable jornada y es ahí que lo detectas… No lo ves, pero su presencia es más palpable que ninguna otra. Sabes que tiene su brazo levantado para aguantarse de la agarradera del vagón y sientes compasión por la persona que tiene al lado. Estás consciente de que el metro jamás podrá sacar ese olor de sus entrañas, ni siquiera si pone a remojar el vagón. Te estresas. Sientes que es el punto más bajo de tu día, de tu semana, quizás de tu vida entera. Esto es lo que causa el sujeto del olorcito, un ente capaz, por sí sólo, de causar mayor alboroto en el metro que las víctimas de arrollamientos.
5.1 El grupito bullero
Amenizando vagones a lo largo de todas las líneas del metro se encuentra el grupito bullero, un conjunto de colegas universitarios, compañeros de bachillerato o trabajadores, que se encargan de traer alegría y, sobre todo, mucho ruido al sistema del metro. Si el personaje anterior podía identificarse a distancia con el sentido del olor, este grupo puede reconocerse desde dos estaciones con sus risas, chistes de doble sentido y chismes internos que cumplen una función de catarsis para sus largas jornadas. Algunos de estos grupos tienden a interactuar con otros pasajeros en sus rutinas, buscándoles conversación o echándoles cuentos que no quieren escuchar. En algunos casos, como si no fuese suficiente el sonido que producen, han incorporado música proveniente de algún telefonito que reproduce mp3 de vallenatos o reggaetones, lo que provoca que el metro parezca más bien una camionetica. Lo mejor que se puede hacer con este grupo es disfrutarlo, desde una distancia prudencial que no dañe nuestros oídos.
4 La sifrinita que nunca se ha montado
Camina lento, siempre se equivoca en la dirección de la transferencia y es, en general, un blanco perfecto para un asalto seguro. La sifrinita que nunca se ha montado es nueva para este mundo subterráneo del que había oído hablar en las noticias y en las conversaciones de aquellos amigos suyos desprovistos de vehículo. Una fuerza mayor, como su carro en el taller, la llevó a recurrir al sistema de metro. Se le puede reconocer a distancia por el Ipod que no dejará de escuchar hasta que se lo roben y una cara de asco que le cuesta borrarse cada vez que empieza a sudar por la conglomeración de gente sudada a su alrededor. En su jornada, será sujeta a un sin fin de piropos que van desde lo poético hasta lo grotesco, y le enseñarán la lección de vestirse un poco más tapada la próxima vez que le toque usar el metro.
3 El sujeto que lleva una cosa enorme encima
Es bastante obvio que el metro no es un medio de transporte adecuado para llevar muchas cosas encima o cosas muy grandes, para tal efecto. Así que tengamos un poco de tolerancia por aquellos sujetos que no tienen otra opción sino llevar a cuestas las bolsas de mercado entre estaciones o que deben cargar un CPU en el lomo a través de la transferencia de Capitolio. Tengamos un poco de paciencia por el tipo que nos clava en la rodilla una rueda del coche de su hijo cuando entra en el vagón. Una pizca de compasión por los miembros de las orquestas que decidieron tocar contrabajo y lo tienen que trasladar, cual mula de carga, por las líneas del metro, tropezando cabezas por doquier. Propongo misericordia para el buhonero que mete su tarantín con rueditas y la mujer con los termitos de café y Toddy en una caja de madera, ambos invasivos por demás, pero necesarios para que lleguen a sus puestos de trabajo. Sé que es difícil, pero un poquito de tolerancia, no más.
2 El que está "a esto" de que la puerta lo corte en dos
Siempre llega al vagón cuando ya sus puertas se están cerrando. Pero, a diferencia de una persona normal que tiende a detenerse ante el hecho inminente de tener que esperar el próximo vagón, este personaje ve en el pito de que se van a cerrar las puertas una señal para acelerar aún más el paso, brincar cual atleta olímpico y contorsionar su cuerpo para evitar que una de sus extremidades quede afuera del vagón. Es un verdadero atleta y, obviamente, una persona impaciente. En las pocas ocasiones en las que sus esfuerzos fracasan, los pasajeros que sí lograron entrar se le quedan viendo con lástima mientras se traslada hacia la pared del andén a esperar con tristeza el próximo tren. En par de ocasiones he visto como se queda trancado como un ratón en una trampa con las puertas aguantándole una pierna o un brazo, mientras retrasa el sistema por su estupidez.
1 El pideplata
"Buenas tardes señores pasajeros… Permítanme quitarle un segundo de su tiempo…". El pideplata ha evolucionado en los últimos años, desde los que sólo pedían plata con un discurso prefabricado y apelando a la compasión de los pasajeros (que aún pululan en los vagones) hasta los modernos raperos que inventan prosas a costillas de los mismos usuarios y apelan más bien al entretenimiento. Lo cierto es que hoy, el valor adicional que pueda agregarle el pideplata a su colecta puede marcar la diferencia entre un pasajero bondadoso y uno que se hace la vista gorda. No está mal un poco de esparcimiento en el tedioso viaje en metro, ¿no?